El Parque de Artes y Oficios en la Mira: ¿Rencilla Política o Millones en Juego? El Debate que Desnudó al Concejo de Bello

 

La Comisión de la Discordia y la Pregunta que Nadie Quiso Responder

El pasado 11 de julio de 2025, el Concejo de Bello fue escenario de una sesión que reveló más sobre las dinámicas de poder local que sobre el destino de los recursos públicos. En el centro del debate: la socialización del primer informe de la Comisión Accidental sobre el Parque de Artes y Oficios (PAO), un proyecto que involucra más de 80,000 millones de pesos de recursos públicos.

El concejal Víctor Hugo Galvis presentó hallazgos que deberían haber encendido todas las alarmas: pagos por obras no ejecutadas como el espiralí y las gradas retráctiles, justificaciones de avance de obra basadas en renders digitales en lugar de fotografías reales, y un historial problemático del contratista IDC Inversiones. La denuncia no era menor: se hablaba de la posibilidad de un detrimento patrimonial superior a los 55,000 millones de pesos.

Sin embargo, lo que siguió no fue una investigación rigurosa de estos graves señalamientos, sino algo completamente diferente. Una parte significativa del Concejo, aliada a la administración municipal, optó por una estrategia que desplazó el foco de atención: en lugar de abordar el fondo de las denuncias, se atacó la forma del informe y las motivaciones del denunciante.

La pregunta que emerge es incómoda pero necesaria: ante la posibilidad de un detrimento patrimonial millonario, ¿por qué la prioridad de algunos concejales fue cuestionar el procedimiento en lugar de investigar el fondo del asunto?

Análisis de las Tácticas: El Manual para "Matar al Mensajero"

La sesión del 11 de julio se convirtió en un caso de estudio sobre cómo las dinámicas políticas pueden utilizarse para desviar la atención de asuntos incómodos. Las tácticas desplegadas siguieron un patrón reconocible que vale la pena analizar para que la ciudadanía pueda identificarlas en el futuro.

Táctica 1: La Forma sobre el Fondo

Concejales como Laura Bedoya, Jaime Llano y Duván Bedoya centraron sus intervenciones en cuestionar que el informe fuera "unipersonal" y que no se hubiera seguido el procedimiento formal de convocar a todos los miembros de la comisión. Esta estrategia, aparentemente técnica, cumplía un propósito político claro: restar validez institucional al informe sin tener que refutar los datos presentados.

Es más fácil atacar la forma que contradecir cifras. Cuando un documento revela posibles irregularidades por decenas de miles de millones de pesos, cuestionar si se siguió el protocolo correcto para su presentación es una forma de evadir la responsabilidad de responder a las denuncias sustantivas.

Táctica 2: "No Somos Jueces"

La insistencia en que el Concejo "no es un ente de control" fiscal o disciplinario fue otra línea de defensa recurrente. Si bien es cierto que el Concejo no tiene facultades sancionatorias directas, esta argumentación omite deliberadamente una función constitucional fundamental: el control político.

El control político no requiere ser juez para ser efectivo. Implica la capacidad de investigar, indagar, cuestionar y denunciar públicamente el manejo de los recursos públicos. Esta táctica busca neutralizar la capacidad de fiscalización del propio Concejo, sugiriendo que su rol se limita a aprobar o rechazar proyectos, pero no a investigar su ejecución.

Táctica 3: Cuestionar la Motivación

La estrategia más directa fue el ataque personal. Las acusaciones de "rencilla política" (Jaime Llano), "sede de protagonismo político" (Duvan Bedoya) y "molestar político" (Daniel Villa) dirigidas al concejal denunciante representan una falacia clásica: el argumento ad hominem.

Al atacar las motivaciones personales del denunciante, se evita la incómoda tarea de explicar por qué se pagaron obras que no se ejecutaron o por qué se aceptaron renders como evidencia de avance de obra. Es la versión política del "matar al mensajero": si se deslegitima al portador del mensaje, se espera que el mensaje mismo pierda credibilidad.

En conjunto, estas tácticas buscan un objetivo común: desviar el debate público de los hechos incómodos hacia una discusión sobre procedimientos internos y personalidades, protegiendo implícitamente a quienes deberían dar explicaciones sobre el manejo de los recursos públicos.

La Voz de la Disidencia: Defensa del Control Político

No todos los concejales cayeron en la trampa de la desviación. La intervención del concejal Daniel Quintero Espitia representó un contrapunto crucial que buscó rescatar el debate de fondo y defender la legitimidad del control político.

"Entonces, si en esa figura de control político no está indagar, investigar, plantear, formular preguntas desde el respeto... entonces no entiendo yo para qué me hice elegir", cuestionó Quintero, poniendo el dedo en la llaga de una discusión fundamental: ¿para qué sirve el Concejo si no puede investigar el destino de los recursos públicos?

Su intervención fue más allá de la retórica. Quintero Espitia planteó una pregunta práctica y directa: "¿para qué carajos creamos comisiones accidentales si citamos secretarios que no les podemos preguntar?" Esta reflexión evidencia una comprensión clara de que el control político no es un adorno institucional, sino una herramienta fundamental para la protección del patrimonio público.

Esta postura se diferencia radicalmente de las tácticas de desvío. Mientras otros concejales buscaban razones para no investigar, Quintero defendía la responsabilidad institucional de hacerlo. Mientras otros cuestionaban la legitimidad del procedimiento, él cuestionaba la lógica de renunciar a la función de control.

El Verdadero Costo de Desviar la Mirada

La sesión del 11 de julio dejó una lección clara: cuando un cuerpo colegiado prioriza la defensa corporativa o las lealtades políticas sobre su deber de fiscalización, el mayor perdedor es la ciudadanía. Mientras el debate se enfrascaba en tecnicismos y acusaciones personales, las denuncias sobre el manejo de 55,000 millones de pesos quedaron sin una respuesta clara por parte de los responsables.

¿Qué pasó con el espiralí que se pagó pero no se construyó? ¿Por qué se aceptaron renders digitales como evidencia de obra ejecutada? ¿Cuál es la explicación para las fotografías repetidas en los informes de avance? Estas preguntas, que deberían haber dominado la sesión, quedaron relegadas a un segundo plano por las tácticas de distracción.

El costo de esta estrategia va más allá de los recursos mal manejados. Cuando se normaliza la evasión de responsabilidades a través de tecnicismos y ataques personales, se erosiona la confianza ciudadana en las instituciones y se envía un mensaje peligroso: que las denuncias sobre corrupción pueden neutralizarse con suficiente habilidad política.

La sesión del PAO fue un ejemplo claro de cómo las dinámicas de poder pueden silenciar denuncias graves. La ciudadanía de Bello debe estar alerta ante estas tácticas y exigir a sus representantes que prioricen la defensa de los recursos públicos sobre las lealtades políticas. El control político no es un capricho procedimental, sino una herramienta fundamental para la protección del patrimonio colectivo.

Los millones en juego en el PAO no son números abstractos: son recursos que podrían destinarse a mejorar la educación, la salud o la infraestructura del municipio. Cuando se permite que las tácticas de distracción prevalezcan sobre la búsqueda de la verdad, todos perdemos.


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